viernes, 5 de noviembre de 2010

Vida cotidiana y sexualidad en el México prehispánico

Vida cotidiana y sexualidad en el México prehispánico



En esta entrada trataré de acercarme a la vida cotidiana de las mujeres en el México prehispánico. Cabe aclarar que no soy experta en el tema y no será más que una pequeña investigación.

El nacimiento y la muerte son acontecimientos tan importantes que se convierten en un ritual. Las mujeres embarazadas invocaban al dios Tezcatlipoca para que las protegiera durante el embarazo y el parto. También recurrían al astrólogo para saber si el nacimiento del niño sería en un día propicio.
     Llegado el día del parto se llevaba a la madre al temazcal para purificarla y era ayudada por una partera en el momento del nacimiento. La partera cortaba el cordón umbilical  del recién nacido y si era niña pronunciaba un discurso de bienvenida, le decía “permanecerás en el interior de la casa como el corazón en tu cuerpo. Te convertirás en la ceniza con que se cubre el fuego del hogar […].”[1]
Partera. Imagen tomada de Argqueología mexicana, vol.XVIII, Núm. 104, julio-agosto 2010.

     Discurso que se convertía en sentencia y destino. La mujer estaba destinada al ámbito privado, lo que era reforzado por los padres al regalarle a la niña, desde muy pequeña, juguetes relacionados con la costura y el hilado. Además, desde los tres años, las niñas debían ayudar en los quehaceres del hogar.
     Al crecer y presentar su menarca, las madres daban consejos a sus hijas sobre su comportamiento dentro y fuera de la casa, reforzando su actividad en el hogar y a que fueran solícitas en el trabajo hogareño. Uno de los consejos que daba una  madre a su hija es el siguiente: “No te des al sueño, ni descanses a la sombra, ni vayas a tomar el fresco, ni te abandones al reposo; pues la inacción trae consigo la pereza y otros vicios.”[2] Así, para que sus hijas no cayeran en el vicio se las mantenía ocupadas en hilar, tejer, coser y cocinar.
     Las niñas eran educadas por su madre, aunque también había  dos tipos de escuelas a las que ellas podían asistir “en una podían convertirse en sacerdotisas y en la otra [podían convertirse] en tejedoras, hilanderas o en hábiles artesanas, capaces de preparar las delicadas plumas y las ricas vestimentas tradicionales.”[3]



     En general, se les enseñaba a estar en su hogar, ser comedidas y tener recato tanto en su forma de ser como en su vestimenta. Usaban un cueitl que llegaba hasta los tobillos y estaba bordado según su imaginación y el empeño de la dueña al hacerlo. Para ir de viaje utilizaban el huipil. Estaban acostumbradas a caminar descalzas y se dice que “dejaban crecer sus largos cabellos libremente, cuidándose de lavarlos para que aparecieran brillantes en su negrura. En los días de fiesta se los trenzaban con cintos de colores. Cuando iban al campo, los recogían alrededor de sus  cabezas para que les molestaran lo menos posible. Acostumbraban a ir con el rostro libre de afeites aunque en ocasiones especiales llegaban a ponerse algún ungüento o cremas naturales.”[4]
Conforme iba creciendo la niña se la iba cuidando más y se le aconsejaba ser prudente y mantenerse casta, pues la virginidad era un tema importante para el matrimonio, aunque en algunos casos se permitieron las relaciones prematrimoniales. Las madres aconsejaban a sus hijas de la siguiente manera:
Evita la familiaridad indecente con los hombres y no te abandones a los perversos apetitos de tu corazón; porque serás el oprobio de tus padres y ensuciarás tu alma, como el agua al fango. No te acompañes de mujeres disolutas, ni  con las embusteras, ni con las perezosas; porque infaliblemente infeccionaran tu corazón con su ejemplo.  Cuida de tu familia y no salgas a menudo de casa, ni te vean vagar por las calles y por las plazas del mercado, pues allí encontrarás tu ruina. Considera que el vicio, como hierba venenosa, da muerte al que lo adquiere, y una vez que se introduce en el alma, difícil es arrojarlo de ella. Si encuentras en la calle algún joven atrevido y te insulta, no le respondas y pasa adelante. No hagas caso de lo que te diga; no des oído a sus palabras, si te sigue no vuelvas el rostro a mirarlo, para que no se inflamen más sus pasiones. Si lo haces, se detendrá y te dejará.[5]

Prostituta. Imagen tomada de Argqueología mexicana, vol.XVIII, Núm. 104, julio-agosto 2010.

     Se cuidaba que las hijas no vagaran por las calles o el mercado porque allí estaban las prostitutas que tenían fama de perezosas y disolutas. Además se trataba de conservar el honor y la virginidad hasta el matrimonio, momento que se convertía en una festividad solemne.
     Las mujeres se podían casar a los 16 años, mientras que los hombres hasta los 20 y al momento de casarse se les consideraba mayores de edad.  No se permitía que se casaran entre hermanos o familiares y en caso de transgredir la norma se les castigaba con la muerte. Tampoco se les permitía casarse antes de la edad establecida porque se consideraba que no tenían la madurez corporal necesaria y que les traerían enfermedades. Además deberían de contar con el consentimiento de los padres.
     En cuanto a la concertación del matrimonio se seguía todo un ritual, que debería ser seguido al pie de la letra. Dos mujeres ancianas eran las encargadas de llevar regalos a la casa de la novia por mandato del padre del novio. Estos regalos se debían rechazar dos veces y a la tercera vez eran aceptados y la dote de la novia debería de superar el valor de los regalos. Una vez consentido el matrimonio se fijaba la fecha de la boda según el calendario para que fuera un día propicio. Llegada la fecha iba una mujer a casa de la novia y se llevaba cargando a la novia a la casa de su futuro marido; esta mujer era conocida como la casamentera. Una vez que llegaba los padres y los ancianos pronunciaban discursos sobre la vida matrimonial por los padres y los ancianos. En el momento de la ceremonia se unían los tlilmantli (mantos) de cada uno: el tilmalt del novio y el rebozo de la novia. Una vez unidos se consideraba que estaban casados oficialmente. Esta ceremonia matrimonial sólo le correspondía a la primera esposa en el caso de los nobles, ya que para las demás esposas la ceremonia resultaba más sencilla y no se anudaban los tlilmantli.
     Cuando se terminaba la ceremonia se hacía una fiesta con gran comida y pulque; luego los recién casados eran recluidos a un lugar especial en el que permanecerían cuatro días orando, en ayuno y en abstinencia sexual, “tan duro proceso permitía que los dos recuperasen ‘la pureza imprescindible para consumar su unión’.”[6]
Una vez casados debían cumplir deberes y obligaciones maritales; por su parte las mujeres deberían de estar al cuidado de su hogar y del esposo. Se podía pedir el divorcio si el marido se quejaba de la esterilidad de la esposa, del mal carácter de ella y del descuido de los deberes de su hogar. La esposa también podía solicitarlo si el esposo descuidaba la educación de los hijos, si la maltrataba y si cometía transgresiones sexuales como el adulterio.
El adulterio era castigado de  manera diferenciada entre macehuales y pilli. Los macehuales eran castigados con la lapidación, apaleándolos o quebrándoles la cabeza con dos lozas en la plaza o el mercado y una vez muertos sus cuerpos eran arrojados a una barranca. Mientras que los nobles eran ahorcados de forma privada “en su casa o en la cárcel; les emplumaban la cabeza con penachos verdes y así los quemaban. La privacidad del castigo tenía como propósito evitar la vergüenza pública al transgresor y su familia.”[7]
     El adulterio era castigado fuertemente, pero debería ser probado por testigos, pues no se podía castigar con el sólo testimonio del marido pues era “posible que la ejecución del castigo se tiñera de venganza particular al dejarse en manos del cónyuge ofendido.”[8]
Adulteros castigados con la pena capital; el marido es quemado vivo, mientras la amante es ahorcada. Imagen tomada de Argqueología mexicana, vol.XVIII, Núm. 104, julio-agosto 2010.
     Y si el marido mataba a la esposa infiel aunque fuera infraganti se le castigaba con la muerte. Si el marido era el infiel con una mujer casada los dos merecían la pena capital. Así pues, las que eran buenas esposas eran recompensadas al poder disponer de sus bienes propios y de hacer transacciones mercantiles con plena libertad y sin autorización del marido.
     Una vez divorciada la mujer tenía el privilegio (como todas las demás divorciadas) de casarse con el hombre que quisiera, mientras la viudas sólo podían volver a casarse con un cuñado o un familiar de su marido.
     Y así transcurrían los años, y cuando las mujeres ya eran ancianas se encargaban de cuidar enfermos y de ayudar a sus familias en el hogar.
                         Xochiquetzal, diosa prehsipánica que se encuentra involucrada tanto en el amor como en las transgresiones sexuales que tienen que ver con la embriaguez. Imagen tomada de Argqueología mexicana, vol.XVIII, Núm. 104, julio-agosto 2010.



 
[1] Manuel Yáñez Solana, Los aztecas, M. E. Editores, España, p. 66.
[2] Ramón F. Vázquez, “De una madre azteca a su hija”, extraído de las siete pinturas de la Colección Moctezuma, citadas por Clavijero, tomadas de Motolinia y Sahagún, apud Manuel Michaus Marroquín y Jesús Domínguez Rosas, El galano arte de leer. Antología didáctica, Ed. Trillas, México, 1968, p. 110.
[3] Manuel Yáñez Solana, op. cit., p. 48-49.
[4] Ibidem, p. 43.
[5] Ramón F. Vázquez, “De una madre azteca a su hija", en Manuel Michaus Marroquín y Jesús Domínguez Rosas, op. cit., p. 110.
[6] Manuel Yánez Solana, op. cit., p. 44.
[7] Miriam López Hernández y Jaime Echeverría García, “Transgresiones sexuales en el México antiguo”, en Arqueología mexicana, Vol. XVIII, Núm. 104, julio-agosto, 2010, p. 68.
[8] Alfredo López Austín, “La sexualidad en la tradición mesoamericana”, en Arqueología mexicana, Vol. XVIII, Núm. 104, julio-agosto, 2010, p. 33.